Es el último gladiador de aquel trío Pillado-Amor y Riobó, símbolos (ahora lo defino yo) de la lucha de los obreros de Bazán. Da gusto hablar con él ahora porque lleva meses preparando su libro de memorias, que puede ser continuación de las de su padre: tiene los datos en la punta de la lengua. Fechas, hechos y recuerdos refrescados, a veces, por su mujer. Recuerda hasta el nombre falso que figuraba en el primer pasaporte, también falso, con el que cruzó Europa clandestino: Roberto Freire. En 1964 entró pasando un río en la extinta RDA, la Alemania del Este, para hacer un curso de formación política.
Cuando lo jubilaron de Bazán se enfrascó en denunciar el problema del amianto, en un momento en que nadie le creía, «fíjate ahora, ya somos cerca de tres mil afectados».
Emprendió la lucha contra la planta de gas de Mugardos: «En Fuco Buxán [la asociación a la que dedica ahora su actividad] ya ganamos tres sentencias en el TSXG y esperamos ganar en el Supremo, conseguiremos que la trasladen».
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