Arremete sin escrúpulos contra el PSOE y pide un cambio de rumbo.
No se como ha llegado este personaje a ser presidente de un periódico.Pero con gentuza como esta solamente deduzco que la Coz de Galicia esta abocada a convertirse en un periódico fascista.
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Despojados de toda confianza en los políticos, muchos españoles viven hoy amargas horas, presas de una difícil situación que ni han creado ni se merecen. Por todas partes aumenta la desafección colectiva, al tiempo que sube cada día el número de ciudadanos que sufren de manera real y directa en sus propias casas y en sus propias cuentas los efectos de una grave situación económica de la que no son causantes, aunque se vean obligados a pagar la factura.
No es ya solo ineptitud lo que puede reprocharse a los responsables -unos y otros- de haber vuelto del revés el futuro del pueblo español, sino también vicios imperdonables, como la deslealtad que se oculta en el continuo enmascaramiento de la angustiosa situación real, o la bajeza que practican cada día a la vista de todos, cuando dan prioridad a sus intereses partidistas -embriagados en las luchas de poder- y desatienden el deber de cooperación al que están obligados.
Son estos tres defectos -ineptitud, deslealtad con los ciudadanos y bajeza partidista- los que han generado la brecha más enorme que se recuerda en democracia entre el poder y la población civil. La desconfianza es tan grande que difícilmente se podrá reparar si la sociedad se resigna. Por eso es hora de llamar a las cosas por su nombre y exigir responsabilidades a quienes, en su locura, nos han conducido hasta aquí.
El descrédito internacional que hoy abruma a España tiene, desde luego, responsables. Son aquellos que hace solo siete meses, cuando iba a comenzar la presidencia de turno de la Unión Europea, pretendían engañarnos hablándonos de deslumbrantes conjunciones planetarias, pese a saber que la propia supervivencia económica del país estaba en peligro. El elevado déficit público y la multimillonaria deuda con terceros nos colocaban cerca de la bancarrota colectiva, pero desde los Gobiernos proseguía el despilfarro y se seguía denostando como antipatriotas a los que advertíamos del abismo.
A pie de calle, la situación era y es todavía más dramática, con el pulso económico prácticamente detenido. Tocada ya la bárbara cifra de cuatro millones de desempleados, el país camina inexorablemente hacia un aumento más preocupante del paro; la economía productiva se desangra día a día con recortes, quiebras y suspensiones de pagos; empresas antes bien sólidas entran en pérdidas por la drástica retracción del consumo, y en todas las ciudades millares de pequeños negocios echan el cierre hasta dejar desolados barrios enteros.
Mientras todo esto sucede a la vista de la España real, la llamada España oficial se esfuerza en negarlo y en vender una imagen ilusoria de país rico, hecho para codearse con los grandes del mundo. Tuvieron que surgir advertencias desde primeras instancias internacionales para que, en menos de veinticuatro horas, el Gobierno diese un vuelco de 180 grados a su discurso. Y así lo hemos visto pasar del funambulismo irresponsable a inútiles palos de ciego.
La principal conclusión que puede obtenerse de semejante vaivén es que en España falta programa y sobra incoherencia.
Se habla, por ejemplo, de repartir esfuerzos para afrontar la difícil situación económica, pero vemos a las entidades financieras presumiendo de ganar millones cada mes, al tiempo que reclaman el auxilio de los fondos estatales, mientras se abandona al sector lácteo y se congelan las flacas nóminas de los pensionistas. Se habla de sinergias, pero Galicia despilfarra recursos en tres aeropuertos y tres universidades que se hacen la competencia con el único resultado de empobrecerse más en sus minifundios.
Y se habla insistentemente de austeridad, pero la Administración engorda hasta hacerse obesa, mantiene instituciones tan ineficientes como el Senado y las diputaciones provinciales o permite la inusitada deriva de las comunidades autónomas.
A la vista está que el Estado de las Autonomías, que nació constitucionalmente para vertebrar España, se ha hipertrofiado de tal forma que ha llegado a convertirse en uno de nuestros mayores problemas. Porque, desgraciadamente, esta aportación democrática a la convivencia de los españoles solo destaca hoy por los aspectos más negativos que ha ido exacerbando.
Tres son especialmente preocupantes: uno, las graves tensiones disgregadoras que han introducido algunos -nacionalistas o no- con su rechazo a la idea de España, como se ha visto en la negativa a acatar la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña; dos, la proliferación de la corrupción política, y tres, el despilfarro de recursos, que ya recuerda más el estilo de los virreinatos bananeros.
¿Cómo puede entenderse, si no, que las trece corporaciones de televisiones públicas creadas por las autonomías cuesten más de cinco millones de euros diarios, que viene a ser, traducido, un dispendio de 847 millones de pesetas cada día del año? Dado que la finalidad de muchos de estos canales es el boato para sus gobiernos, ¿está España en condiciones de permitirse tales derroches?
Mientras crecen y crecen los desmanes de los virreinatos, agonizan en la inanición centenares de ayuntamientos que ya no pueden atender las cuestiones básicas de sus municipios.
El despropósito no puede ser mayor. O sí. Porque la clase política, lejos de proponerse afrontar el problema con seriedad prefiere dejar que el desbarajuste vaya agrandándose antes que perder votos por tomar medidas que puedan disgustar a sus fieles electores.
El cortoplacismo que domina la actividad política no solo ha dado al traste con las grandes ideas de eficacia y servicio, sino que ha generado una nueva forma de actuación que consiste en dedicar la mayor parte de los esfuerzos a cuidar la imagen y la apariencia propias, y el resto, a denostar a los rivales. El objeto de la política no es ya acometer proyectos troncales, sino mantener el poder para el clan a toda costa.
Tal planteamiento, propio de las democracias viciadas o inmaduras, trae como consecuencia la pérdida de principios. Y lo que es peor: la crisis de valores que ha hecho mella en la sociedad española. Basta ver, para corroborarlo, las graves discordias y deficiencias que sacuden ámbitos tan importantes como la educación, la justicia y las propias reglas de juego de la convivencia, empezando por la propia ley electoral, que no da en la práctica el mismo valor a unos votos y a otros.
A empeorarlo ayuda, sin duda, el guerracivilismo en que se han instalado algunos grupos de comunicación, que se comportan como jaleadores, creados a su medida por los poderes políticos y sostenidos según la obediencia que profesen a sus jefes. Así resisten, atrincherados, al menos mientras los agujeros negros en que se han convertido sus finanzas no se traguen tantos delirios de grandeza.
No son, ciertamente, los únicos gigantes con pies de barro que vienen a añadir más elementos de preocupación a la alarmante fotografía que hoy puede obtenerse de España. A las quiebras de grandes imperios económicos construidos con defectuosos ladrillos puede sumarse la enorme deuda de los clubes de fútbol que hasta ahora vinieron tratando de engañar a los aficionados haciéndoles ver -para beneficio de unos pocos- que podían convertir humo en dinero. Así han llegado a deber nada menos que 3.526 millones de euros; es decir: 586.000 millones de pesetas.
Ahora, cuando esa imposible alquimia ya no funciona, miran por tercera vez a las ubres del Estado esperando que de ellas mane el dinero que los salve de la debacle, y que la conmiseración con estos grandes gestores lleve a Hacienda a perdonarles todo lo que nos deben. Algo que, evidentemente, las arcas públicas no pueden hacer.
Y mientras este es el patético panorama que se observa hoy de España con un mínimo de perspectiva, en nuestra comunidad, más despistados aún, continúan las tradicionales y entrañables peleas domésticas. Desde las internas de algunos partidos, que buscan destrozarse con camaradería, a las de quienes se afanan en disparar al aire insidias de papel, ya que saben que no pueden ganar en el cuerpo a cuerpo. Sorprende, por ejemplo, ver convertidos en adalides de la fusión de las cajas a quienes estuvieron prohibiéndola y zancadilleándola a diario.
Sobre todo, enoja ver a los políticos malgastando el tiempo en denuncias cruzadas de presuntas corruptelas pasadas y actuales, mientras en la calle crecen las preocupaciones laborales, los problemas económicos y el desánimo colectivo.
Pero el desánimo es estéril y no podemos entregarnos a él.
El 25 de julio, día de Galicia y del patrón de España, es una fecha solemne en la que todo pide iniciar algo nuevo. Hoy, sin duda, en este preciso instante de la historia, es el momento de recuperar la energía y plantearnos salir del pozo. El momento de reclamar, ya, un cambio de rumbo a quienes tienen la responsabilidad de poner fin a este callejón sin salida.
"La voz de la calle"
"Yo protesto"
"Galicia no puede esperar más"
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5 comentarios:
la verdad es la que realmente os duele
pero por eso sois un grupo reducido
y sin ningún apoyo social.
Porque para saber de que calaña sois,solo hay que ver que hasta apoyais a la dictadura cubana.
Gentuza es lo que sois,como todas las webs que aquí aparecen,cuatro pelagatos...
como se ve que tu no lo pasas mal en esta crisis..
Anónimo,más vale estar callado y PARECER tonto.
Que hablar y despejar todas las dudas
Lee esto y luego habla
http://ferrolsuso.blogspot.com/2010/05/tenia-que-decirlo.html
Y que hay que leer,del panfleto del régimen...manda huevos,que por Ferrolterra haya elementos que apoyen la dictadura cubana (en donde ya no hace falta decir que no existe la libertad),o a pseudodicatores que cierran periodicos,como Chavez.
La explicación es que la gente que os creeis de iquierdas,votantes de IU,bien a gusto que estais en el capitalismo...
de todo tiene que haber en este mundo...
ah,,,es que es una dictadura de izquierdas....se me olvidaba...
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